jueves, 27 de agosto de 2009

soñé mi realidad...

es lindo cuando sueñas algo que deseas...
es horrible cuando tienes pesadilllas...

pero cuando sueñas tu realidad es como no dormir.
es acercar la realidad hasta poder sentirla, olerla.

iba en un carro junto a él. tomé su mano y el no repondió igual.
sentí pánico, deperté y eso pasaba.

si le hablo y lo veo, sé que al tratar de tomar su mano
su reacción será de repulsión y rechazo.

lo peor es que en todo el día sigue en mi mente su nombre, su rostro
su sonrisa... sus palabras. las canciones que me recuerdan a él siguen sonando en mi itunes
aunque esté en modo aleatorio.
más que nunca, lo extraño.

jueves, 20 de agosto de 2009

Cuatro niñas.



Con distintos sueños, distintas procedencias.
Distintas personalidades, diferentes colores.

Nacieron y crecieron sin saber que un día serían para una y otra lo mejor de sus vidas.
Son cuatro historias diferentes que en un punto en común se aceptan y se adaptan en forma perfecta.

Venía una niña de Guerrero. Como la mayor en su familia, siempre sintió que dar un buen ejemplo a su hermana menor era una gran responsabilidad. Muy chica para empezar una carrera, pero salió de casa, no por primera vez.

Se sentaba al fondo del salón los primeros meses de clases, pero pronto notamos su presencia y sus virtudes que la hacían única. Descubrimos que hablaba mucho y que era muy sentimental. Hacía de cada actividad escolar, una responsabilidad única con un toque muy suyo.

No recuerdo como fue que le empecé a hablar pero llegó un punto en el que estaba en mis listas de amigas y de tarjetas de navidad y 14 de febrero. Es una niña con chinos definidos y una sonrisa contagiosa. Llena su closet con mil pares de zapatos y siempre tiene la razón.

Otra niña venía de la capital del país. Juró nunca entrar a esta universidad y cayó tan rápido como el hablador. Vino decidida a terminar exitosamente su carrera y nada más. Pero transformó esos ceños fruncidos en sonrisas y frases cariñosas. Recuerdo que me habló por conveniencia de información, gracias a Dios que tuvo ese pretexto.

Se le veía muy seria los primeros días, era diferente a los demás. Siempre tenía una opinión diferente y no tenía miedo de expresarlo en el momento indicado. El pretexto de hablarme fue un niño que no recuerdo su nombre, y gracias a él conocí a mi mejor amiga. Aquella que no quería que nadie tocara su computadora nueva con los dedos grasientos, sin pasarle después un trapito rosa con textura de cuadritos. A la que le valió decir lo que pensaba y que me hizo a mí perder el miedo a hacer lo mismo.

Otra niña venía de otra ciudad pero llevaba muchos años viviendo allí mismo. Tengo recuerdos vagos en mi niñez cuando a veces nos hablábamos, aunque nada especial. Volví a verla cuando entré a secundaria pero igual de lejos. En prepa era casi imperceptible la simpatía entre ambas, excepto por el hecho de que nos confundían por el parecido entre las dos.

Es alta, delgada, habla tanto como yo, pero era diferente. De esas niñas que ves por mucho tiempo y que sin conocerla sabes que es una persona única y auténtica.
Siempre supe que no era de su agrado pero aún así me gané su amistad. Ella siempre corrigió a todos en el salón, no importaba si eran compañeros, maestros. No dudo que corrija este mismo escrito.

Se mostraba alegre y amistosa con aquellos que le trataran así. Proponía sesiones de fotografías entre los compañeros desde los primeros meses de conocernos, cosa que hizo perder el miedo entre nosotros.

La cuarta, la cuarta niña era yo. Venía de una ciudad que llamaba rancho. Aunque después de estar aquí se convirtió en ciudad para mí. No soñaba con venir aquí pero creo que tomé la decisión correcta. Entré a la universidad aquí por que quería crecer, cambiar, evolucionar, aprender.

Los primeros días nadie entraba en mi círculo de mi amiga y yo. Mis pensamientos y acciones eran diferentes. Amé mi carrera más y más a lo largo de ella. Y amé a mis compañeras, compañeros, maestros. Me enamoré, lloré, reí, tropecé. Me levanté, pero no sola. Un día me habló una niña. Venía de la capital, me preguntó por un tal “Meny”. Otro día me dijeron que tenía tres minutos para conocer a la niña de guerrero. Y mi “copia” simplemente no rehusó a acercarse.

Estuvieron juntas, de día, de noche, con tormenta.

No sólo éramos cuatro niñas, pero en cierta forma, nosotras “quedamos”. Llega un punto en que reconoces una amistad verdadera, y hay otro en el que es muy temprano para ponerlo a prueba. O en el caso de una niña flaquita y una niña que parece niño, puede que no le hayas dado la oportunidad.

Hoy, dos niñas se van. Hoy, dos niñas se quedan. Pero las cuatro niñas saben que esto apenas empieza.